Año: 2006
Félix Ovejero, doctor de Ciencias Económicas por la Universidad de Barcelona, se ha convertido, indubitadamente, en el filósofo político contemporáneo referente de las ideas igualitaristas o republicanas en España. Es autor de libros como Proceso abierto: El socialismo después del socialismo o La libertad inhóspita. Modelos humanos y democracia liberal .
El que hoy nos ocupa, Contra Cromagnon. Nacionalismo, ciudadanía, democracia, está dividido en tres partes. En la primera, en la cual nos detendremos ahora, nuestro autor analiza la nación, cómo surge y cómo se ha concebido desde tres de las más importantes corrientes de la filosofía política, a saber: i) el liberalismo, ii) el comunitarismo y iii) el republicanismo. La segunda parte está dedicada a clarificar el concepto de nación, dada la marabunta de definiciones que existen, la utilización sectaria y montaraz que de ella hace uso el nacionalismo, sin olvidarse, como no podía ser otra manera, de defender la igualdad de los ciudadanos para escoger libremente la lengua que deseen hablar. La tercera y última es un compendio de artículos y entrevistas publicados en prensa, en los cuales, teniendo presente las ideas normativas expuestas con anterioridad, enjuicia las endebles y reaccionarias ideas e iniciativas de los nacionalismos periféricos en España.
Félix Ovejero utiliza el siguiente símil para explicar qué entienden los liberales por nación y qué entienden los comunitaristas. Para los primeros la nación no dejaría de ser una suerte de matrimonio, para los segundos una familia. La diferencia radica en que el primero es fruto de nuestras decisiones libres y la segunda nos viene dada.
Para los liberales los únicos compromisos que nos comprometen son aquellos que elegimos voluntariamente, en consecuencia, como la nación no la escogemos podríamos abandonarla si así lo decidiéramos. Los liberales conciben el Estado como un club resultado de la suma de acuerdos voluntarios entre propietarios.
Para el comunitarismo, la nación es como una familia a la cual no decidimos si pertenecemos o no, ya que es un hecho objetivo, natural. El comunitarismo traza las fronteras políticas basándose en diferentes estrategias, todas ellas refutadas por Félix Ovejero, como a) la ecológica: la diversidad cultural debe ser una riqueza y debe ser alentada, b) la “democrática”: todas las opiniones son valiosas y respetables, c) la psicológica: proteger las culturas es el modo de proteger a los individuos y su capacidad para desarrollarse y d) la conservacionista: las culturas son objeto de protección porque toda cultura es valiosa en tanto que tal.
En las tesis de ambas corrientes filosóficas, “el territorio público, el de la democracia, se esfuma: en el caso liberal, porque cada cual se ocupa de mejorar su propio patio de acuerdos con sus socios; en el comunitario, porque ni siquiera se contempla la posibilidad de exponerse a principios de justicia aceptables para todos.”
El socialismo moderno no es hoy otra cosa que un ahondamiento en los principios republicanos. En la tradición republicana, la libertad desaparece cuando empieza la dominación. Para un republicano, la ley es la máxima garantía de la libertad, siendo importante la deliberación en la esfera pública, es decir, someter las ideas a la prueba del mejor argumento. En consecuencia, lo que importa para un republicano no es otra cosa que los ciudadanos y la democracia, en ningún caso las fronteras.
La diferencia elemental entre el socialismo y el comunitarismo (léase nacionalismo, regionalismo o cualquier –ismo territorial) es que en este último los ciudadanos están al servicio de la identidad, mientras al primero no le interesa ni le preocupa la identidad como idea, sino que pone a disposición de aquellos su proyecto emancipador. Y Félix Ovejero no lo pudo decir mejor, ni con menos palabras “las personas son las que aman, sufren y sueñan, no las culturas.”
Jorge Mateos Álvarez
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