Represaliados por el régimen autoritario del general Franco
Como cada año, los familiares de los represaliados por el franquismo recordaron a sus seres queridos en el monolito que, la Agrupación Socialista de Valencia de Don Juan instaló en el camposanto coyantino el primero de mayo de 2002.
A continuación transcribimos el poema inédito Ha de llover de Antonio Gamoneda, que recitó, precediendo en la palabra al nuevo premio Cervantes, Juan Gelmán, el pasado viernes 28 de abril en el salón de actos del Ayuntamiento de León:
A continuación transcribimos el poema inédito Ha de llover de Antonio Gamoneda, que recitó, precediendo en la palabra al nuevo premio Cervantes, Juan Gelmán, el pasado viernes 28 de abril en el salón de actos del Ayuntamiento de León:
Ha de llover
Hay sequía en la luz y la ceniza llora,
como mi madre, sin lágrimas.
Ha de llover.
Ha de llover hasta que se levanten los maíces sagrados y sea posible la
celebración de la muerte.
Ha de llover.
¿Por qué no? ¿ Por qué no ha de llover
en la tiniebla intestinal y en las hirvientes médulas?
Ha de llover
en los niños frenéticos y en los adoradores nocturnos
y en los ancianos extraviados en la música.
Ha de llover
en el aire poblado de ausentes y en la felicidad ensangrentada.
Ha de llover
sobre esta piedra enferma
donde, en la noche, cunde un resplandor
procedente de astros inservibles.
Ha de llover.
Tiene que llover con dulzura
sobre los suicidas del amanecer.
Ha de llover
en la superficie cristianizada por la industria. Ha de llover
hasta que aúllen las alondras y,
bajo las catenarias, en Vega Magaz,
los ferroviarios se desnuden
y detengan la máquina que llora.
Ha de llover en la extremaunción
sacramentalmente perversa. Ha de llover
en el interior del hierro y en el pensamiento
de los cianóticos y
de los niños prematuros.
Ha de llover
sobre las secretarias parturientas,
sobre los tísicos y los asesinos,
sobre los comandantes y las monjas.
Ha de llover en los prostíbulos
y en los ministerios incomprensibles
y en las fístulas eternas. Sí,
ha de llover. Y las serpientes
aprenderán a silbar con dulzura
unas seiscientas melodías olvidadas. Son
reconocibles por su olor a sombra
y a sustancia inguinal. Dichas serpientes
han de silbar en las cajas de ahorro
y en los urinarios y en las tumbas.
Ha de llover. Hoy es martes
de salvación. Hoy resucitan
los fusilados de Villamañán.
Ha de llover en las grandes letrinas
notariales hasta que aparezcan los títulos
de propiedad de la luz y de la tristeza hipotecaria
y las cartas de amor de Francisco Franco.
Ha de llover, ha de llover dulcemente, sobre las niñas que abortan
en octubre y
sobre los padres invisibles.
Ha de llover en la agonía de Jorge Pedrero
y sobre los visitantes clandestinos.
Ha de llover. Causa analógica:
se sabe que los agonizantes son felices
rodeados de llanto.
Ha de llover,
ha de llover sobre los huesos de Felipe Segundo
y de los Caídos por Dios y por España.
Agua para los prostáticos
y su dolor universal, agua también
para los sifilíticos y los curas.
Agua para los Borbones,
y para los mendigos y las mujeres desnudas
que gritaron los gritos amarillos
de mil novecientos treinta y seis.
Ha de llover.
Ha de llover en los pantanos
rebosantes (se dice) de fascismo y de
melancolía azul. Han de existir
poderosas razones ecuménicas
para que llueva en los pantanos. Ha
de ser físicamente necesario a causa
de la prosperidad del incesto y de los cuchillos
olvidados en las iglesias.
Ha de llover.
Ha de llover, sí, pero no han de olvidarse
los manantiales del odio ni las acequias
secretas de los monasterios ni
la humedad de las sociedades anónimas.
Ha de llover jamás y siempre. Con
desesperación agraria. Ha de llover
hasta que enloquezcan los metales
y el sílice y las inmensas madres
del Barrio de la Sal.
Ha de llover.
Ha de llover ya.
¿Está lloviendo?
Sí, está lloviendo. Las madres,
bajo la lluvia, van
al penal incesante. Son blancas y locas,
llevan fuego y amor.
Ah de la lluvia,
ah del amor, ah del fuego.
Llueve
en mi pasado y en mis venas. Va a llover
también en mi desaparición.
Ah de la lluvia
sobre las madres locas. Ya arde, bajo el agua,
San Marcos con amor, ya están ardiendo
dulcemente los juicios sumarísimos.
Ah de la lluvia.
Hay sequía en la luz y la ceniza llora,
como mi madre, sin lágrimas.
Ha de llover.
Ha de llover hasta que se levanten los maíces sagrados y sea posible la
celebración de la muerte.
Ha de llover.
¿Por qué no? ¿ Por qué no ha de llover
en la tiniebla intestinal y en las hirvientes médulas?
Ha de llover
en los niños frenéticos y en los adoradores nocturnos
y en los ancianos extraviados en la música.
Ha de llover
en el aire poblado de ausentes y en la felicidad ensangrentada.
Ha de llover
sobre esta piedra enferma
donde, en la noche, cunde un resplandor
procedente de astros inservibles.
Ha de llover.
Tiene que llover con dulzura
sobre los suicidas del amanecer.
Ha de llover
en la superficie cristianizada por la industria. Ha de llover
hasta que aúllen las alondras y,
bajo las catenarias, en Vega Magaz,
los ferroviarios se desnuden
y detengan la máquina que llora.
Ha de llover en la extremaunción
sacramentalmente perversa. Ha de llover
en el interior del hierro y en el pensamiento
de los cianóticos y
de los niños prematuros.
Ha de llover
sobre las secretarias parturientas,
sobre los tísicos y los asesinos,
sobre los comandantes y las monjas.
Ha de llover en los prostíbulos
y en los ministerios incomprensibles
y en las fístulas eternas. Sí,
ha de llover. Y las serpientes
aprenderán a silbar con dulzura
unas seiscientas melodías olvidadas. Son
reconocibles por su olor a sombra
y a sustancia inguinal. Dichas serpientes
han de silbar en las cajas de ahorro
y en los urinarios y en las tumbas.
Ha de llover. Hoy es martes
de salvación. Hoy resucitan
los fusilados de Villamañán.
Ha de llover en las grandes letrinas
notariales hasta que aparezcan los títulos
de propiedad de la luz y de la tristeza hipotecaria
y las cartas de amor de Francisco Franco.
Ha de llover, ha de llover dulcemente, sobre las niñas que abortan
en octubre y
sobre los padres invisibles.
Ha de llover en la agonía de Jorge Pedrero
y sobre los visitantes clandestinos.
Ha de llover. Causa analógica:
se sabe que los agonizantes son felices
rodeados de llanto.
Ha de llover,
ha de llover sobre los huesos de Felipe Segundo
y de los Caídos por Dios y por España.
Agua para los prostáticos
y su dolor universal, agua también
para los sifilíticos y los curas.
Agua para los Borbones,
y para los mendigos y las mujeres desnudas
que gritaron los gritos amarillos
de mil novecientos treinta y seis.
Ha de llover.
Ha de llover en los pantanos
rebosantes (se dice) de fascismo y de
melancolía azul. Han de existir
poderosas razones ecuménicas
para que llueva en los pantanos. Ha
de ser físicamente necesario a causa
de la prosperidad del incesto y de los cuchillos
olvidados en las iglesias.
Ha de llover.
Ha de llover, sí, pero no han de olvidarse
los manantiales del odio ni las acequias
secretas de los monasterios ni
la humedad de las sociedades anónimas.
Ha de llover jamás y siempre. Con
desesperación agraria. Ha de llover
hasta que enloquezcan los metales
y el sílice y las inmensas madres
del Barrio de la Sal.
Ha de llover.
Ha de llover ya.
¿Está lloviendo?
Sí, está lloviendo. Las madres,
bajo la lluvia, van
al penal incesante. Son blancas y locas,
llevan fuego y amor.
Ah de la lluvia,
ah del amor, ah del fuego.
Llueve
en mi pasado y en mis venas. Va a llover
también en mi desaparición.
Ah de la lluvia
sobre las madres locas. Ya arde, bajo el agua,
San Marcos con amor, ya están ardiendo
dulcemente los juicios sumarísimos.
Ah de la lluvia.
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