Buenas tardes, amigos y conciudadanos:
Nadie lo predijo mejor que Galdós. Nuestro Tolstoi preconizaba a finales del siglo XIX un trágico desenlace para los españoles. Cito de memoria, y cito mal: “El enfrentamiento constante entre españoles, ya fueran absolutistas contra liberales; carlistas contra isabelinos; liberales contra conservadores; monárquicos contra republicanos; nos lleva inevitablemente a una confrontación civil”. Y cumplido el trágico presagio nos situamos en 1936.
Orwell vino voluntariamente a esta maldita guerra, porque todas las guerras son malditas; se alistó en las Brigadas Internacionales. De camino a España, hizo escala en París. Cuenta en su Homenaje a Cataluña cómo la capital francesa “le había parecido una ciudad decaída y lúgubre, muy diferente a la que había conocido ocho años antes, cuando la vida era barata y no se oía hablar de Hitler”. En esa magistral obra, como todas las suyas, Orwell describía así a uno de los facciosos del 18 de julio: “Franco no era estrictamente comparable a Hitler o a Mussolini. Su ascenso se debió a un golpe militar respaldado por la aristocracia y la Iglesia y, en lo esencial, especialmente al comienzo, no constituyó tanto un intento de imponer el fascismo como de restaurar el feudalismo.”
Y, ciertamente, tenía razón. El ideario de José Antonio estaba más ausente que presente en la FET y de las JONS. Franco decidió, en intolerable cesión a los nacionalistas del norte -que diría Acebes-, para acabar de ataviar a los camisas azules, ponerles una boina roja. Y ya lo decía la copla carlista “indulgencia no ha de haber / con gente sin religión / pues aman la libertad / y quieren la constitución”.
Sea como fuere, el historiógrafo español Américo Castro, en el exilio, resumió la historia de España como un constante “toma y daca entre los intelectuales y un pueblo indócil a las sugerencias de los primeros.” Observando aterrado la Guerra Civil y la subsiguiente represión franquista se lamentará profundamente. Con impotencia diría aquello de “y nosotros que quisimos enseñarles sensibilidad”.
Su colega Claudio Sánchez Albornoz, cuando se vislumbraba una posible transición hacia la democracia desde el régimen autoritario, alertaba a los españoles “contra el comunismo, contra el separatismo” pero, sobre todo, “contra sí mismos.” Años ha, Azaña, inconclusa aún la Guerra Civil, nos enseñó la lección más importante: “la de esos hombres, que han caído embravecidos en la batalla luchando magnánimamente por un ideal grandioso y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: paz, piedad y perdón.”
Y un halo de luz llevó a Manuel Fraga a presentar la conferencia de Santiago Carrillo Eurocomunismo y Estado en el club Siglo XXI el 27 de octubre de 1977. Allí pronunció las siguientes palabras: “Todos tenemos historia. De lo que se trata es de saber si queremos, de buena fe, intentar que la historia próxima de España nos sea común. Hay que intentarlo. Para ello, las líneas divisorias no pueden quedar rígidas en 1931, en 1936, en 1939, en 1945, en 1975, ni en ninguna otra fecha rebasada. Las fronteras pasan por nuestros propósitos y nuestras conductas de hoy.” Al César lo que es del César. Al César lo que es del César y a Fraga lo que es de Fraga. Todos recordamos a qué renunció el PSOE en las negociaciones constitucionales para que se aceptara una amplia gama de derechos y libertades individuales. Efectivamente, me estoy refiriendo a la República como forma de gobierno. El PSOE renunció a sus principios y recordó el accidentalismo del que habló su fundador, Pablo Iglesias: “lo importante no es si hay república o monarquía, lo importante es la democracia y la libertad.” Entonces, ¿a qué renunció Alianza Popular, lo que hoy es el Partido Popular, para legitimar constitucionalmente a la monarquía? Eso es lo que no se recuerda tanto y conviene hoy hacerlo. Alianza Popular abogaba por introducir la pena de muerte en la Constitución y vetaba la inclusión de la carta de los derechos y deberes fundamentales. De hecho Fraga había dicho en el congreso fundacional de AP, entre otras cosas, “que creían en la democracia, pero en la democracia con orden, con ley y con autoridad… no en el libertinaje, ni en lo libertario, ni en las huelgas salvajes, ni en la pornografía, ni en la Universidad anarquizada…”
Y así llegamos al 82, cuando, con los socialistas en el poder, se alcanza la supremacía civil, esto es, la subordinación de los militares al poder civil. Se culmina la transición, se supera el régimen autoritario y fijamos nuestra mirada en Europa. A lo que hoy es la Unión Europea. A la combinación del Estado de derecho, y sus irrenunciables derechos y libertades individuales, con el Estado del bienestar. Los españoles, con demasiados años de retraso, empezábamos a disfrutar de los derechos que la izquierda, con su proyecto emancipador del hombre, había conquistado durante un siglo de lucha.
Y en Europa, fieles a nuestros principios y valores, seguimos defendiendo la democracia, los Derechos Humanos, el Estado de derecho, el Estado del bienestar y la solidaridad entre los países. A los jóvenes socialistas del sur de León son esas las cuestiones que nos importan de nuestra constitución y las que realmente valoramos. Al debate pasional sobre la unidad indisoluble, sobre la bandera o sobre las nacionalidades periclitadas, que se dediquen los nacionalistas españoles y periféricos, puesto que ese es su caladero de votos, sin importarles lo más mínimo la convivencia armónica entre los ciudadanos.
Creemos que la Constitución ha sido la pieza angular que ha posibilitado el progreso económico, social y cultural durante las tres últimas décadas. Una Carta Magna que ha posibilitado vivir a los ciudadanos en paz y en libertad y que ha garantizado la certidumbre a los partidos políticos sobre las reglas del juego. Nuestra Constitución nos indica cómo han de tomarse las decisiones, pone límites deseables a las mismas, pero también permite su reforma.
Desde una perspectiva republicana o socialista de la democracia, es sencillamente inaceptable que siga en vigor la ley sálica que los borbones trajeron a España. ¿Por qué una mujer no puede acceder a la jefatura de Estado? ¿Y por qué solo puede ser Jefe de Estado un Borbón? Hoy es el momento de vindicar la igualdad de todos los ciudadanos para acceder a las instituciones políticas, la amovilidad de todos los cargos públicos. Es el momento de obedecer a la Unión Europea y salir, como nos enseñó Kant, “de nuestra autominoría de edad culpable” y acabar con los privilegios de la Iglesia católica sin otorgárselos al resto de confesiones religiosas. Es el momento, pues, de que los jóvenes mejoremos nuestra democracia mejorando nuestra Constitución, democratizando plenamente el Estado y apostando inequívocamente por su laicidad.
Gracias.
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