En el artículo "Los sonidos de la marcha turca", publicado el domingo 9 de diciembre en El País, el filósofo esloveno, Slavok Zizek, reflexiona sobre el rechazo europeo a la integración de Turquía en la Unión Europea:
"(...) ¿No ocurre lo mismo hoy en Europa? El síntoma más destacado de la crisis actual de la Unión Europea es precisamente Turquía: de acuerdo con la mayoría de los sondeos, el principal motivo de los que votaron "no" en los referendos de 2005 en Francia y Holanda fue su oposición a la incorporación de Turquía al club. El "no" puede justificarse con argumentos derechistas y populistas (no a la amenaza turca contra nuestra cultura, no a la mano de obra barata de los inmigrantes turcos), o progresistas y multiculturalistas (Turquía no respeta los derechos humanos de los kurdos).
¿Y qué pasa si, como en el final de la Novena de Beethoven, el verdadero problema no es Turquía, sino la melodía en sí, la canción de la unidad europea que nos interpreta la élite tecnocrática de Bruselas? Lo que nos hace falta es una nueva melodía central, una nueva definición de Europa.
El problema turco, la perplejidad de la Unión Europea respecto a su posible incorporación, no procede de Turquía, sino de la confusión sobre qué es Europa. El punto muerto experimentado por la Constitución europea es una señal de que el proyecto busca su identidad.
En sus Notes Towards a Definition of Culture [Notas para la definición de la cultura], el gran conservador T. S. Eliot señalaba que hay momentos en los que la única forma de mantener viva una religión es crear una escisión sectaria y separarla del cadáver central. Ésa es hoy nuestra única posibilidad: sólo mediante una "escisión sectaria" del legado tradicional europeo, sólo separándonos del cadáver en descomposición de la vieja Europa, podemos mantener vivo el legado de la Europa renovada.
Es una tarea difícil, que nos obliga a asumir el peligro de lanzarnos a lo desconocido; pero la única alternativa es pudrirse poco a poco, la transformación gradual de Europa en lo que fue Grecia para el Imperio Romano en su época de madurez, un destino para el turismo cultural nostálgico sin ninguna importancia real.
Se suele calificar el dilema de Europa como una lucha entre los conservadores cristianos eurocéntricos y los multiculturalistas progresistas que quieren abrir las puertas de la Unión a Turquía y más allá. ¿No será un conflicto falso? En Polonia hemos visto en los últimos tiempos una fuerte reacción contra la modernidad. Los llamamientos a la prohibición del aborto, la "limpieza" anticomunista, la exclusión del darwinismo de la enseñanza, incluso la extravagante idea de abolir el cargo de presidente de la república y proclamar a Jesucristo como eterno rey de Polonia, forman una propuesta para constituir una nueva Polonia inequívocamente basada en valores cristianos y antimodernos.
La lección está muy clara: el populismo fundamentalista está llenando el vacío creado por la ausencia de un sueño de izquierdas. Las famosas palabras de Donald Rumsfeld sobre la vieja y la nueva Europa están plasmándose en una realidad inesperada: los perfiles incipientes de la "nueva" Europa formada por la mayoría de los países poscomunistas (Polonia, Países Bálticos, Rumanía, Hungría...), con su fundamentalismo populista cristiano, su anticomunismo tardío, su xenofobia, su homofobia, etcétera. ¿Acaso ejemplos como el de Polonia no deberían obligarnos a redefinir Europa de tal forma que excluya el fundamentalismo cristiano?"
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