El aliento del tiempo
¡Cuántas veces he intentado
evitar tu caricia gélida en
cada hoja de otoño!
¿Cuándo fue la última vez
que a través de mis sueños, pude
saltar la delicada barrera que
entorpece mi frágil huella?
He sido tu adversario más noble,
cuando he cogido tu mano, y ofreciéndome
el abismo, te he mirado con la desnudez
inocente de quien espera el último aliento.
Fuiste utopía cercana que
se deslizaba entre mis dedos,
para sentir el latido fogoso
de un alma inquieta, que soñaba
entre las cuerdas de una guitarra,
convertida en voz de justicia.
Testigo oculto del amor,
dejaste que mis ojos se convirtiesen
en estrellas de una noche,
en el aliento necesario para
embarcar hacia la eternidad, para
no tener miedo al pronunciar
tu nombre: Tiempo.
Hoy me encuentras de nuevo,
con la piel surcada por tu mirada,
náufrago de tempestades y solo en la playa,
caminando en busca del mar lejano.
De nuevo extiendes tu mano, tiempo;
para saltar juntos, para hinchar nuevas velas,
para que mi voz suene en el abismo
como puente en busca de utopía.
A ti, que siempre te hemos temido,
que cambias de nombre en cada amanecer
perdido, que te han marginado hasta en
el olvido, que nos has dado sabiduría
por dolor.
¡A ti, Tiempo; cuántas veces he intentado
evitar tu caricia gélida, soñar que no existías!
Hoy te invoco para llegar de nuevo al mar,
para ser de nuevo un niño,
sentir la inmortalidad,
mirarte sin vacilar,
¡con la espada más poderosa!,
la que te hace sentir el latido del Universo:
intemporalidad recorriendo tus venas,
suplicando para que no destruya tu obra,
la humilde esperanza en el Futuro.
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