Mientras Auster se despedía de los leoneses tras ser galardonado con el premio Leteo 2009, en Valencia de Don Juan, un grupo de oníricos y altruistas jóvenes iniciaron la conmemoración del centenario del nacimiento de Miguel Hernández ajenos a la ponderación económica de la obra del poeta, cuyo cálculo entretiene burocráticamente a los ávidos herederos, lo que provoca una situación que enturbia tediosamente lo que debería ser una vindicación armoniosa de su legado literario, humano y político.
La conmovedora velada, en la cual la aventada música se entrelazó con versos declamados por una polifonía celestial de voces y que Hernández hiló a base de muerte, amor, esperanza y vida sobre todo, discurrió en el Café Diario, que es lo más parecido al Gijón de aquella época en nuestra provincia. “¡Cuánto talento perdimos en aquella guerra!”, lamentaba un viejo revolucionario a fuer de ilustrado al no poder acudir a la dialéctica cita.
El poeta oriolano murió con tan solo treinta y dos años de edad, después de ser arrastrado por las cárceles de España por orden del canalla castrense, Francisco Franco, cuyas manos manchadas de sangre indeleble, por decirlo con Neruda, ahogaron lentamente la voz del pueblo que no era otra que la de aquel poeta de cabras. Quienes conocen el tormento que supuso para él y en la distancia, solo acortada por la velocidad del amor, para su amada Josefina, saben que es el mismo que padecieron miles de españoles una vez concluida la incivil y fratricida contienda.
De entre sus versos, y como sincero tributo a Miguel y a quienes le rindieron tan conmovedor homenaje, recitemos la canción última de su poemario El hombre acecha, escrita a golpe de heptasílabo cuando aún España ardía en llamas:
Pintada, no vacía:
pintada está mi casa
del color de las grandes
pasiones y desgracias.
Regresará del llanto
adonde fue llevada
con su desierta mesa,
con su ruinosa cama.
Florecerán los besos
sobre las almohadas.
Y en torno de los cuerpos
elevará la sábana
su inmensa enredadera
nocturna, perfumada.
El odio se amortigua
detrás de la ventana.
Será la garra suave.
Dejadme la esperanza.
Publicado el 6 de enero de 2010, en La Crónica de León por Jorge Mateos Álvarez
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