En primer lugar, quiero dejar claro que escribo en mi nombre, no en representación de ningún partido político ni condicionada por mi ideología; escribo desde la lejanía de mi pueblo… El pasado 30 de septiembre me despertaba con una noticia: “El Ayuntamiento de Valencia de Don Juan se gastará próximamente alrededor de 30.000 euros en el derribo del viejo depósito de aguas ubicado en la plaza Santa Marina”. Mis ojos se abrieron de tal manera que no daba crédito a lo que estaba leyendo. Pensé: ¿Es una broma? Pero no, era la realidad pura y dura. A veces me pregunto que si lo que realmente quiere este Ayuntamiento es destrozar todo lo antiguo que alberga este pueblo; destruir todo aquello que nos identifica como tal, todo aquello que al verlo nos trae a nuestra memoria recuerdos imborrables: aquellos lugares donde crecimos, reímos, jugábamos, llorábamos, donde pasábamos horas y horas y, por qué no, donde nos enamoramos…
Mi primer recuerdo triste es la destrucción del jardín de los patos… ¿Os acordáis de aquellas fuentes de piedra? Sí, una era en la que todos bebíamos agua, en la que llenábamos nuestros globos para jugar, en la que te quedabas mirando como jugaban a la tarusa día sí y día también, la que te avisaba de que el estanque de los patos estaba cerca… La otra, aquella grande que no nos regalaba agua, pero que se erigía como una fuente esbelta llena de magia cuando jugábamos entre aquellos árboles. Luego, nuestro parque se quedó en cemento y más cemento, fuentes anodinas que mucho tienen que envidiar a las antiguas de piedra. Bien es cierto que el parque estaba descuidado, pero con un buen esfuerzo se podría haber mantenido el antiguo con sus calles de tierra y piedras, sus arbustos, sus árboles, sus fuentes, sus flores…, porque, no sé si saben ustedes, en eso consiste un parque: en tierra, piedras, arbustos, flores, etc., y no en cemento y más cemento.
Otro recuerdo es el que nos queda del maravilloso Auditorio o, lo que es lo mismo, más cemento en nuestras vidas; una buena obra, ¿pero realmente la estética es la idónea para un castillo del siglo XV? Y claro, no puedo dejar pasar nuestro cubo de cristal... que cada vez que subo por el puente y veo tal barbarie mi mirada cambia de destino. Pero si voy más allá, llego al centro del pueblo: las edificaciones bajas apenas son existentes y, si vamos caminando por la Calle Mayor, observamos qué encajonada se encuentra.
Por no hablar de nuestra Plaza Mayor, donde con sus viejos árboles cobijaba del sol a cuantos pasábamos por ella, donde los niños se juntaban con los mayores y donde sin darnos cuenta fluía un espacio intergeneracional que, sin embargo, hoy es una explanada desoladora, sin un árbol en el que buscar abrigo, donde la gente esquiva pasar por el centro para no sentir el calor del cemento.
Atrás han quedado también las barbaries arqueológicas: la primera, el yacimiento de La Muela, que o no quisieron o no quiso usted que supiéramos de nuestros antepasados; y más reciente aún es nuestro vetusto Castro Coviacense, en relación al cual el Procurador del Común ha tirado de las orejas a nuestro Alcalde debido a que concedió una licencia de obras en un terreno que está protegido por el plan de urbanismo de nuestra localidad.
Y así podría continuar durante unas cuantas líneas más, con la casa al lado del cazador, los pilares del río, etc. He crecido y me he criado aquí durante 18 maravillosos años de mi vida, y ahora, por diversas circunstancias, me encuentro fuera de mi pueblo y de mi país. He pasado 6 meses sin pisar mi casa y, creedme, cuando volví un nudo se me hizo en el estómago. Me pregunto si alguien que no ha crecido entre las cuatro paredes de nuestro pueblo puede tener el valor de destruirnos cada rincón emblemático e, irónica y burlonamente, decir que hace lo mejor para el pueblo. Y, sobre todo, que tenga la gran desfachatez de decir que “en los catorce años que lleva al frente del Ayuntamiento la conservación y mejora del patrimonio ha sido uno de sus objetivos” (La Crónica de León, 8/10/2009). Siento decirle, señor Alcalde, que bien sabemos los dos que eso no es cierto y, si fuera sabio, rectificaría sus comentarios. A veces es bueno escuchar al pueblo; siempre lo es.
Desde Alemania; Marisol Chiches Hortelano (Publicado en el número 316 de la revista Esla. octubre 2009, 316
Mi primer recuerdo triste es la destrucción del jardín de los patos… ¿Os acordáis de aquellas fuentes de piedra? Sí, una era en la que todos bebíamos agua, en la que llenábamos nuestros globos para jugar, en la que te quedabas mirando como jugaban a la tarusa día sí y día también, la que te avisaba de que el estanque de los patos estaba cerca… La otra, aquella grande que no nos regalaba agua, pero que se erigía como una fuente esbelta llena de magia cuando jugábamos entre aquellos árboles. Luego, nuestro parque se quedó en cemento y más cemento, fuentes anodinas que mucho tienen que envidiar a las antiguas de piedra. Bien es cierto que el parque estaba descuidado, pero con un buen esfuerzo se podría haber mantenido el antiguo con sus calles de tierra y piedras, sus arbustos, sus árboles, sus fuentes, sus flores…, porque, no sé si saben ustedes, en eso consiste un parque: en tierra, piedras, arbustos, flores, etc., y no en cemento y más cemento.
Otro recuerdo es el que nos queda del maravilloso Auditorio o, lo que es lo mismo, más cemento en nuestras vidas; una buena obra, ¿pero realmente la estética es la idónea para un castillo del siglo XV? Y claro, no puedo dejar pasar nuestro cubo de cristal... que cada vez que subo por el puente y veo tal barbarie mi mirada cambia de destino. Pero si voy más allá, llego al centro del pueblo: las edificaciones bajas apenas son existentes y, si vamos caminando por la Calle Mayor, observamos qué encajonada se encuentra.
Por no hablar de nuestra Plaza Mayor, donde con sus viejos árboles cobijaba del sol a cuantos pasábamos por ella, donde los niños se juntaban con los mayores y donde sin darnos cuenta fluía un espacio intergeneracional que, sin embargo, hoy es una explanada desoladora, sin un árbol en el que buscar abrigo, donde la gente esquiva pasar por el centro para no sentir el calor del cemento.
Atrás han quedado también las barbaries arqueológicas: la primera, el yacimiento de La Muela, que o no quisieron o no quiso usted que supiéramos de nuestros antepasados; y más reciente aún es nuestro vetusto Castro Coviacense, en relación al cual el Procurador del Común ha tirado de las orejas a nuestro Alcalde debido a que concedió una licencia de obras en un terreno que está protegido por el plan de urbanismo de nuestra localidad.
Y así podría continuar durante unas cuantas líneas más, con la casa al lado del cazador, los pilares del río, etc. He crecido y me he criado aquí durante 18 maravillosos años de mi vida, y ahora, por diversas circunstancias, me encuentro fuera de mi pueblo y de mi país. He pasado 6 meses sin pisar mi casa y, creedme, cuando volví un nudo se me hizo en el estómago. Me pregunto si alguien que no ha crecido entre las cuatro paredes de nuestro pueblo puede tener el valor de destruirnos cada rincón emblemático e, irónica y burlonamente, decir que hace lo mejor para el pueblo. Y, sobre todo, que tenga la gran desfachatez de decir que “en los catorce años que lleva al frente del Ayuntamiento la conservación y mejora del patrimonio ha sido uno de sus objetivos” (La Crónica de León, 8/10/2009). Siento decirle, señor Alcalde, que bien sabemos los dos que eso no es cierto y, si fuera sabio, rectificaría sus comentarios. A veces es bueno escuchar al pueblo; siempre lo es.
Desde Alemania; Marisol Chiches Hortelano (Publicado en el número 316 de la revista Esla. octubre 2009, 316
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