Jubilaciones en el IES
El viernes día 27 de junio el Instituto de Educación Secundaria de Valencia de Don Juan celebró su final de curso y como es habitual cuando la ocasión lo requiere, esa celebración tuvo carácter de despedida de cuatro trabajadores del centro, algunos de los cuales habían superado los veinte años de permanencia en el mismo.
En la foto que adjuntamos aparecen los homenajeados escuchando las palabras de agradecimiento y de despedida del director del centro César Felipe Martínez Morán. De izquierda a derecha son César Sánchez, profesor de Ciencias Naturales, Eutiquio Caballero, profesor de Religión, Isabel García, de la plantilla de personal subalterno, y José Carlos Nieto, profesor de Educación Física.
Enhorabuena a los cuatro junto con el deseo de que puedan disfrutar de su jubilación durante muchos años.
Sierva -esclava- de Dios durante 55 años
"Son estas dos Hermanitas de los Ancianos Desamparados las más antiguas del asilo poleso, el que fundó don Florencio Rodríguez y que fue inaugurado el 10 de febrero de 1986. Son ellas sor Lidia y sor Isaura, una leonesa y otra orensana, las únicas monjas supervivientes que aquí quedan después de aquel pavoroso incendio, el que arrasó los edificios en la noche del 13 y 14 de noviembre del año 1965. También las mismas hermanas, a las que les tocó vivir el desastre ocurrido en una tarde del año 1991, cuando inesperadamente y por sorpresa se derrumbó gran parte de las viejas instalaciones.
Es sor Isaura Blanco Verísimo la de más edad, con 85 años, la que fue destinada a la Pola en el año 1962. Natural de un pueblo de la provincia de Orense llamado Melón Alto y perteneciente al Ayuntamiento de Esgos, en el camino de Maceda y Trives.
Sor Lidia Lozano González es la que más años lleva en Pola de Siero, desde el 1953. Nada menos que 55 años de su vida. Nativa de un pueblo de la comarca de Los Oteros y del partido judicial de Valencia de Don Juan. (...)
La cocina es el lugar que regenta sor Lidia (después de haber estado también muchos años trabajando en la vaquería, atendiendo las cuadras de los animales). Y me dice:
-Llegamos a tener hasta ocho vacas y las hubo muy buenas de leche. Recuerdo que hasta nos tocó una que sorteaba Biona y nos vino muy bien.
En un cartel se anuncia el menú para la comida y para la cena, el que se servirá a 120 ancianos y a las doce hermanitas. (Para el mediodía: arroz blanco, ternera con callos y de postre tarta y yogur. Para la noche: sopa y pescaditos fritos). Al leerlo se me advierte:
«Aquí se cambia todos los días de menú, para que nadie se canse». Excelente detalle.
Nos recuerdan estas dos hermanas aquellos años difíciles y lejanos, cuando tenían que salir por los pueblos en busca de limosnas y donativos. Sor Lidia llegó pidiendo hasta Benavente y sor Isaura hasta Santander. Y así surge alguna anécdota.
-Una vez en Cabezón de la Sal, en Santander, nos invitaron a comer una familia y ya sentadas en la mesa observamos que no había platos. Nos sirvieron nada más que pan duro, ya que no tenían otra cosa.
Oímos de todo. En otra ocasión una mujer nos dijo cuando fuimos a pedir: «Ustedes viven mejor que yo porque tienen bañera y yo no la tengo en mi casa».
Era necesario caminar mucho y en concejo había poco para dar aunque quisieran. En los tiempos del hambre hasta un cura nos preguntó: «¿Verdad que ustedes deben comer bien? Porque veo que tienen la cara muy fina».
Interrumpe con alegría un anciano, Valeriano, que llega a la cocina con una caja de arbeyos para sor Lidia. Vive en el asilo con su mujer y se distrae cultivando una huerta dentro del recinto. Todo lo que se aporta es bueno, especialmente cuando se consigue sin salir de la casa.
También estas dos hermanitas recuerdan al primer anciano que tuvieron de pago. Percibía de mensualidad entonces mil pesetas. Y algo grande fue cuando don Manuel, aquel americano que había estado en Cuba, les compró con sus ahorros la pomarada de la parte de atrás del edificio. Hoy es un vergel verde, con plantas, flores, arbolinos y bancos, un lugar ideal para tomar el sol y el aire los ancianos. En este asilo de Pola de Siero todo resulta sorprendente y maravilloso.
Sor Lidia nos hace una indicación muy oportuna en la misma cocina:
-Aquella freidora lleva treinta litros de aceite. Aquí siempre necesitamos cantidad de aceite de oliva. Nos lo traen para San José y los que se van a casar acostumbran a ofrecer una o dos docenas de huevos frescos a Santa Clara.
Al salir del asilo de la Pola se me ocurre una idea. Creo que los sierenses debemos un homenaje entrañable y de agradecimiento a sor Isaura y a sor Lidia. Merecen ser nombradas hijas adoptivas del concejo después de trabajar por nuestros ancianos durante 46 y 55 años, respectivamente. Con amor, vocación y con la mayor caridad del mundo. Queda dicho y espero sea oído." La Nueva España, martes 1 de julio de 2008.
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