lunes, 31 de diciembre de 2007

Lenin: El Estado y la revolución

Lenin, el Estado y la siniestra paradoja de la Revolución rusa

Título: El Estado y la revolución
Autor: Vladimir Ilich Uliánov
Editorial: Alianza Editorial
Lugar: Madrid
Año: 2006


Se convenga o no, como es el caso del que suscribe, con las tesis que Lenin expone en su libro El Estado y la revolución debe reconocerse la capacidad expositiva, argumentativa e interpretativa que el autor muestra del marxismo. Ciertamente, ni Engels ni Marx prestaron excesiva atención a la cuestión de qué hacer con el Estado hasta llegar a la sociedad comunista, lo que auspició distintas controversias en la historia de la izquierda, sobre todo a finales del siglo XIX y a principios del XX. Esta y otras fricciones sobre cuál había de ser la estrategia de la clase obrera para emanciparse dieron lugar a la aparición de la II y III Internacional.

Marx no era, en modo alguno, un utopista. En su obra analizó cómo a lo largo de la historia fueron naciendo distintas sociedades de las antiguas en base al incremento de las fuerzas productivas. De este modo, la sociedad feudal se mutó en la sociedad capitalista. La sociedad comunista, que él predijo en base a esta ley, surgiría de las entrañas de la capitalista. A ella, tras una revolución obrera, se llegaría tras la instauración de una breve dictadura del proletariado, consistente en que las clases oprimidas reprimirían a las clases opresoras que opusieran resistencias. En esa fase de transición de una sociedad a otra el Estado es imprescindible y eso es lo que diferencia básicamente al anarquismo del comunismo, en cómo llegar a la sociedad sin Estado. Ahí nos encontraríamos en la primera fase o fase inferior de la nueva sociedad: el socialismo. En esta los medios de producción se encontrarían colectivizados y se erradicaría la explotación del hombre por el hombre, ya que la propiedad privada habría dejado de existir. Pero es ya en la segunda fase, también denominada fase superior de la sociedad comunista, el momento en el que los vestigios de la sociedad capitalista desaparecen y la máxima “de cada cual según sus capacidades y a cada cual según sus necesidades” empieza a regir las conductas de los individuos. En esa fase, el Estado ya no será necesario y dejará de ser un instrumento represor de la minoría sobre la mayoría.

Su polémica con los revisionistas, seguidores de las tesis de Bernstein, se centra en la idea, que a juicio de Lenin es fruto del “oportunismo” de los “filisteos”, de la conquista pacífica del Estado por los trabajadores, que posibilitaría la armonía de clases sin necesidad alguna de destruirlo.

Lenin demuestra cómo sus tesis sobre el Estado son una fidedigna interpretación de la teoría marxista. Pero nunca la teoría se distanció tanto de la realidad si focalizamos nuestra atención en Rusia y en la revolución de 1917. Una vez conclusa esta, y alcanzado el poder por los bolcheviques, el Estado, lejos de extinguirse, se convirtió, por utilizar las mismas palabras que Lenin usaba para referirse a todas las revoluciones anteriores, “en un botín que los vencedores utilizaron para perfeccionar la maquinaria del Estado”. Y, ciertamente, si en la sociedad comunista que predijo Marx “no hay nadie a quien reprimir”, a los rusos, tras el paso por el poder de Stalin y de nuestro autor, como sarcásticamente recuerda Jesús Andrés Sanz en la introducción, probablemente den la razón a Lenin en que no hay nadie a quien reprimir, puesto que todos habían sido ya reprimidos.

Jorge Mateos Álvarez

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