miércoles, 31 de octubre de 2007

Alfonso Guerra, hombre de Estado...

...reflexionando acerca del Estado

El rotativo Público, entrevistaba a Alfonso Guerra el pasado domingo, con motivo del XXV aniversario de la victoria socialista en las elecciones del 28 de octubre de 1982:


El 12 de octubre se le vio, quizás por primera vez, en la recepción en el Palacio Real. ¿Fue un gesto de apoyo a la Monarquía de un viejo republicano, de rechazo al 'banderazo' del PP...?


Creo que había ido en alguna ocasión antes, una o dos... no lo recuerdo bien. No es habitual en mí, no por nada, sino porque no me gustan los saraos, se refieran a palacios o a lo que sea. En esta ocasión era un testimonio que a mí me dejaba la conciencia tranquila. En España algunos juegan con cosas que parecen inofensivas, pero que pueden deslizarse por una pendiente y convertirse en peligrosas.

Ver a jóvenes irreflexivos que se dedican a quemar fotografías de los monarcas y a sectores ultraconservadores, que lo han reflexionado mucho, golpeando la estabilidad del país a través de la institución de la Corona, en principio no me parece que sea un peligro, pero es jugar con fuego porque en la pendiente llega un momento en que el freno quizás no se puede echar.

Dice si fue el testimonio de un viejo republicano... en todo caso sería de un joven republicano. Desde el punto de vista intelectual, los mecanismos de representación de los Estados parecen más lúcidos y claros por elección que por herencia. Por tanto, mejor república que monarquía. Pero hay una cierta confusión respecto a cómo ha funcionado eso en España.

El nacimiento del PSOE no es el de un partido republicano, sino accidentalista, así se decía en aquella época. Pablo Iglesias repetía hasta la saciedad que lo importante no es monarquía o república, sino democracia y libertad, y que, si un régimen respetaba la democracia y la libertad, eso era un accidente. Son los partidos dinásticos los que arruinan la Corona de España. ¿Por qué? Porque llevan a Alfonso XIII a pronunciarse, a intervenir y hasta apoyar un golpe de Estado, el de Primo de Rivera, y la monarquía se hace inviable para los sectores democráticos. Por eso, cuando ahora, desde sectores de la derecha, y también alguno de la izquierda, pero muy minoritario, se pide en momentos efervescentes que se pronuncie el rey, que intervenga... están cometiendo un grave error o volviendo a las andadas.

Afortunadamente hoy vivimos con un monarca que es en cierta medida el negativo de la fotografía de Alfonso XIII. Reina, pero no gobierna, como dice la Constitución. Por tanto, cuando algunos se ponen de aprendices de pirómanos de la estabilidad que vive España, cuando juegan a la pirotecnia, que en principio es un poco folclórica, hay que decir: sepan ustedes con lo que están jugando, porque recoger el agua derramada es imposible. Así que tomé una decisión consciente. Quería ir y lo hice premeditadamente. (...)

Una crítica extendida al Gobierno de Zapatero, incluso dentro del PSOE, es que, aunque el balance sea positivo en las políticas, ha fracasado en la política, entendiendo por tal la negociación con ETA y la reforma territorial. ¿Comparte la crítica?

La legislatura ha estado marcada por transformaciones muy importantes en el terreno de los derechos y en el terreno social, pero han estado bastante eclipsadas por esos dos asuntos que, bien por parte del Gobierno o de la oposición, han ocupado la pantalla continuamente.

En el intento de terminar con el terrorismo mediante una negociación, el Gobierno partió de una teoría que, en principio, es muy noble: esto lo han intentado desde Adolfo Suárez a Felipe González y José María Aznar, pero sin dar conocimiento de lo que estaban haciendo, y yo lo quiero hacer con transparencia absoluta y lo traigo al Parlamento. Esto puede ser considerado de una cierta ingenuidad porque negociar estos temas en la plaza pública se hace muy difícil, sobre todo si el otro partido está en una posición inmoral, como ha estado el PP.

¿Y en cuanto a los estatutos?

En el tema territorial, la cosa se embrolló muchísimo porque la última etapa de Aznar encrespó mucho los ánimos de las comunidades autónomas, sobre todo del País Vasco y de Cataluña. Entonces, el señor Ibarretxe y el señor Maragall intentaron responder a ese ataque sistemático haciendo dos proyectos de estatutos que no tenían viabilidad constitucional ni política.

Fue una reacción, si se quiere sanguínea, que se puede entender en respuesta a la actuación del Gobierno de Aznar; pero cuando el 14 de marzo no gana el PP, sino que gana el PSOE, Ibarretxe y Maragall tenían la obligación moral de guardar en un cajón esos dos proyectos porque ya no estaban en la pelea con un señor que les estaba golpeando. Eran unos proyectos que no se podían aprobar, sencillamente.

Al del País Vasco se le dijo no y el de Cataluña se reformó en 168 artículos, se cepilló toda la barba que no podía caber en la Constitución, ¡y se enfadan cuando se les recuerda! Es que no les comprendo... Aquel estatuto que hicieron allí fue disparatado, fuera de la Constitución y fuera de la convivencia política que necesitan los españoles.

El PP tenía derecho a tener otra posición, era legítimo. Lo que no tenía derecho era a tratar el estatuto que se aprueba en el Congreso con las mismas palabras que el que sale del Parlamento catalán, porque sabía muy bien que no se parecían, y ha vuelto a utilizar algo que no es moral, que es decir: golpeemos como si no hubiera pasado nada.

¿Le preocupa más la insistencia de Ibarretxe en la autodeterminación del País Vasco o los tambores soberanistas que parecen volver a sonar en Cataluña?

Aquí hay una especie de comedia. Desde el País Vasco y Cataluña hay fuerzas o representantes políticos que hablan con una terminología que es falsa: "Queremos una relación amable con España" ¿De qué está usted hablando? ¿Son independentistas? ¡Díganlo con claridad! Hay quien lo dice, que es como más decente.

Pero luego vienen y dicen: "Nosotros nos queremos ir de España, pero tienen que hacer esto de España, así y así". ¡Hombre, no! Déjenos tranquilos. Si usted sostiene que no quiere estar aquí, no me diga también cómo tengo que hacer las cosas en mi casa. Todo esto que hablan de "soberanismo" es para no decir la palabra independencia.

Ni la Constitución lo admite ni yo estoy dispuesto a aceptarlo. ¿Por qué? Porque no tengo ninguna garantía de que se respeten los derechos de aquéllos que no son partidarios de esa situación; no tengo ninguna, porque todos los nacionalismos históricos, el alemán, el francés, el español, el catalán, el de Murcia... todos son excluyentes. Es la historia. En el siglo XIX se incuba eso y en el XX da lugar a dos guerras mundiales. A mí no me van a pasar ahora la bola de que esto es una "relación amable" ¿De qué estamos hablando? ¿De otro Estado? Oiga, ni cabe en la Constitución ni yo estoy de acuerdo. Usted tiene derecho a defenderlo y yo tengo derecho a oponerme.

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