sábado, 29 de marzo de 2008

Miscelánea

"Ni más España ni menos Cataluña"

"(...) Si con lo anterior no se agotan las explicaciones, habrá que destacar también el buen cartel del presidente Zapatero en el Principado, la funcionalidad de la campaña, el buen desempeño de la candidata Carme Chacón (en el reverso de su primer aterrizaje como ministra)... Tampoco todo eso explica el alcance de lo obtenido por el PSC. Probablemente obedezca a una realidad más profunda: ese partido encarna hoy, con mayor precisión que los demás, la realidad sociológica e identitaria de una gran mayoría de catalanes. Una realidad dual, compartida, superpuesta: es el único partido al que éstos reconocen al mismo tiempo como incuestionablemente español e inequívocamente catalán... y catalanista. Lo que le otorga ventaja frente a quienes pretenden, desde los dos nacionalismos enfrentados (el catalán y el español) disociar esa adscripción compleja: será que ese disociar se percibe como desgarrar, renunciar, empobrecer, y el personal no está por la labor de autorrecortarse. Por eso la familia nacionalista en su conjunto (convergentes y republicanos) ha perdido ocho puntos porcentuales, dato clave. Harían bien, pues, los reduccionistas en tratar de entender y no dejarse atrapar por las vísceras. Quienes desde el centralismo imputan al socialismo catalán perfil y vocación nacionalista, deberían recordar que todo nacionalismo sueña con Estado propio, algo que jamás planteó ese partido, ni figura en su ADN. Y quienes, desde el separatismo, le califican de mera sucursal del PSOE deberían preguntarse a la luz del 9-M si es que los componentes de la Nación han renegado de ella; o si deben cambiar de gafas. ¿Cuesta tanto entender que para muchos catalanes la forma política genuina de ser español sea ser catalanista y la manera de ser catalán es ostentar sin reparos la ciudadanía española?

Al cabo, la traducción de lo anterior consiste en que la calle identifica al partido ganador como la encarnación más precisa del Estado de las autonomías cristalizado en la Constitución. La urna, en Cataluña, estaría así, como adivinan las encuestas, predominantemente a favor de ambos polos de la expresión (y de que evolucionen), no de uno solo en exclusiva. A favor, pues, tanto de la existencia del Estado como del perfeccionamiento de las autonomías. Dicho en breve: ni más España, ni sólo Cataluña.

Quien rompa ese delicado equilibrio también existente entre la E del psoE y la C del psC, arruinará ambas letras. Quien desde Madrid confunda legitimidades emergidas desde convocatorias de distinto alcance; pretenda imponer, en vez de conjugar, los intereses de la estabilidad del Congreso por encima de los del Parlament; o en aras del loable objetivo de involucrar a los nacionalismos moderados en la gobernabilidad, interfiera (y no sólo influya) en la composición del Gobierno de la Generalitat, mediante obscenos cambios de cromos (Mas por Montilla; Duran por Moratinos) erosionará ambos polos. (...)" Xavier Vidal-Foch, El País, 17 de marzo de 2008.

"Cómo recuperar el atractivo de EEUU"
"Hace casi 20 años, el distinguido profesor de Harvard Joseph Nye nos presentó su concepto de poder blando. Además de los parámetros tradicionales de influencia "dura", sobre todo la fuerza militar y el peso económico, explicó Nye, existe un elemento menos cuantificable pero también fundamental que hay que tener en cuenta en los asuntos internacionales. Es la capacidad de resultar atractivo para otros pueblos y países, la capacidad de encontrar aliados que ayuden a llevar a cabo una tarea determinada, la habilidad y la facultad de convencer a otra nación soberana para que acepte hacer algo que no pensaba hacer. En otras palabras, el poder blando consiste, casi como el título del famoso libro de Dale Carnegie, en cómo hacer amigos e influir en la gente. (...)

¿Y qué ocurre con ese tercer ámbito más intangible de poder e influencia, la dimensión del poder blando? Aquí, en mi opinión, la situación es mucho más interesante, y mucho menos previsible. Cuando Nye acuñó el término, había muchas muestras de la capacidad de atracción cultural, ideológica y política de EE UU. Sin embargo, ése es un tipo de poder internacional que puede desvanecerse a toda velocidad si el país en cuestión lleva a cabo políticas impopulares. No hay más que pensar en cómo la histórica admiración de los angloamericanos por la cultura y la ciencia alemanas se vino abajo debido a las locuras del Káiser y las agresiones de Hitler. O en cómo los elogios dirigidos por los intelectuales occidentales al sistema soviético desaparecieron después de que salieran a la luz las pruebas de la represión de Stalin y Brezhnev.

Es cierto que son dos ejemplos extremos, pero merece la pena tenerlos en cuenta al pensar en la disminución de la popularidad de Estados Unidos en la opinión pública mundial durante el último decenio. No hay duda de que la razón principal tiene que haber sido la política exterior de la Casa Blanca de George W. Bush, incitada por la camarilla de intelectuales neocon y partidarios de la línea dura como el vicepresidente Dick Cheney y el ex secretario de Defensa Donald Rumsfeld. Pero fue una política con acciones muy argumentadas y muy defendidas: declarar la guerra contra Irak sin el respaldo del Consejo de Seguridad de la ONU; el waterboarding (la técnica de simular que se ahoga bajo el agua al prisionero) y otras repugnantes violaciones de los derechos humanos; las críticas descaradas al Protocolo de Kioto a propósito del medio ambiente; la negativa a firmar los acuerdos universales sobre los derechos de las mujeres y de los niños... Y las repercusiones alcanzaron a todos los funcionarios estadounidenses que se vieron obligados a justificarlas. Por extensión, alcanzaron asimismo a todos los ciudadanos estadounidenses que o habían apoyado esas locuras o no habían sabido presionar a un Congreso abúlico para que pusiera coto a ese unilateralismo desenfrenado y contraproducente.

El resultado fue que la reputación del país (es decir, su atractivo) cayó en picado en prácticamente todos los sondeos de opinión pública del mundo." Paul Kennedy, El País, 26 de marzo de 2008.

"Mc Cain se equivoca sobre Iraq"

"El senador republicano John McCain, de Arizona, que es ya el candidato de su partido a la presidencia de Estados Unidos, ha prometido volver a situar Irak y la "guerra mundial contra el terror" en primera línea de la política estadounidense.

El debate fundamental en las elecciones estadounidenses va a ser, por tanto: "¿Qué ocurrirá si las tropas de Estados Unidos abandonan Irak?" McCain y el senador demócrata de Illinois Barack Obama ya han discutido sobre si la retirada estadounidense supondrá el fortalecimiento o el debilitamiento de Al Qaeda. La senadora demócrata Hillary Clinton, de Nueva York, se ha comprometido a reducir las tropas si gana.

Por supuesto, nadie lo sabe con certeza. Pero sí puedo decir qué es lo que no ocurrirá: Al Qaeda no se hará con el poder en Irak ni instaurará allí un Estado islámico.

En Occidente sigue habiendo demasiada gente que cree que Al Qaeda es una organización territorializada, establecida en Oriente Próximo, empeñada en expulsar a los cristianos y los judíos de la región con el fin de crear una dar al-Islam (tierra de Islam) bajo la protección de un califato.

Pero Al Qaeda no es una continuación de los Hermanos Musulmanes, Hamás o Hezbolá. Es una entidad no territorial de ámbito mundial, que nunca ha intentado implantar un Estado islámico, ni siquiera en Afganistán, donde halló santuario durante gran parte de los años noventa.

No tiene sentido considerar a Al Qaeda como una organización política que pretende conquistar y gobernar un territorio. Al Qaeda recluta a sus miembros entre jóvenes que se sienten desposeídos, en su mayoría sin relación directa con los países en conflicto de Oriente Próximo. La mayor parte de los yihadistas itinerantes de Al Qaeda son musulmanes occidentales de segunda generación, saudíes, egipcios, marroquíes y hasta conversos, pero no afganos, palestinos o iraquíes. En ningún lugar Al Qaeda tiene el arraigo local necesario para hacerse con el poder.

Al Qaeda tiene una doble estrategia. Quiere enfrentarse a los grandes, o mejor dicho, al grande -Estados Unidos-, de forma directa, atacando el poder norteamericano no tanto por los daños reales que pueda causar (coste económico o número de muertos), sino buscando la imagen: el impacto en los medios de comunicación y el efecto de terror.

Como es natural, el efecto simétrico de quienes hablan del choque de civilizaciones intensifica ese impacto. En realidad, Al Qaeda necesita a los que la demonizan, porque la convierten en algo que no es: la vanguardia de la "ira musulmana". (...)" Olivier Roy, El País, 27 de marzo de 2008.

No hay comentarios:

Publicar un comentario