lunes, 23 de junio de 2008

Monumento en el Arroyo de Valdearcos, en Jabares de los Oteros

Homenaje a las víctimas de la represión franquista en el sur de León

Este sábado, representantes de la Agrupación Socialista de Valencia de Don Juan, encabezados por nuestro Secretario General, Javier Revilla Casado, asistimos al 'Memorial de Jabares de los Oteros' que organizaba AERLE -Asociación de Estudios sobre la Represión en León- junto al Ayuntamiento de Cabreros del Río, presidido por Matías Llorente Liébana.

Al mismo acudió, en representación del Gobierno de España, Francisco Álvarez, Subdelegado del Gobierno en la provincia, que, junto Encina Cendón y el alcalde de Cabreros, completó la terna de oradores.

El discurso más emotivo, indubitadamente, fue el de Matías Llorente Liébana que recordó que durante su vida, especialmente durante su infancia, tuvo que decir "muchos vivas y muchos arribas", por lo que tenía ganas de decir un viva muy especial que arrancaría las lágrimas de algunas víctimas de la represión franquista allí presentes: "¡Viva la república!".

Junto a los miembros del Comité Local del PSOE de Valencia de Don Juan se encontraban dos militanes históricos de la izquierda coyantina que sufrieron brutalmente la represión franquista, quedándose huérfanos en su adolescencia, José Pérez Guayo y Josefa Rodríguez Giganto.

Sirva este poema del libro Tercera residencia de Pablo Neruda, "Canto a las madres de los milicianos muertos", como homenaje a Pepe y a Josefa, y a todas las víctimas que no lucharon por una bandera cualquiera sino, como musitaba emocionado Pepe cuando unos gaiteros interpretaban el himno de riego durante el transcurso del homenaje, por su "bandera, la de la legalidad republicana". La de la libertad.

NO han muerto! Están en medio
de la pólvora,
de pie, como mechas ardiendo.
Sus sombras puras se han unido
en la pradera de color de cobre
como una cortina de viento blindado,
como una barrera de color de furia,
como el mismo invisible pecho del cielo.

Madres! Ellos están de pie en el trigo,
altos como el profundo mediodía,
dominando las grandes llanuras!
Son una campanada de voz negra
que a través de los cuerpos de acero asesinado
repica la victoria.
Hermanas como el polvo
caído, corazones
quebrantados,
tened fe en vuestros muertos!
No sólo son raíces
bajo las piedras teñidas de sangre,
no sólo sus pobres huesos derribados
definitivamente trabajan en la tierra,
sino que aun sus bocas muerden pólvora seca
y atacan como océanos de hierro, y aun
sus puños levantados contradicen la muerte.

Porque de tantos cuerpos una vida invisible
se levanta. Madres, banderas, hijos!
Un solo cuerpo vivo como la vida:
un rostro de ojos rotos vigila las tinieblas
con una espada llena de esperanzas terrestres!

Dejad
vuestros mantos de luto, juntad todas
vuestras lágrimas hasta hacerlas metales:
que allí golpeamos de día y de noche,
allí pateamos de día y de noche,
allí escupimos de día y de noche
hasta que caigan las puertas del odio!

Yo no me olvido de vuestras desgracias, conozco
vuestros hijos
y si estoy orgulloso de sus muertes,
estoy también orgulloso de sus vidas.
Sus risas
relampagueaban en los sordos talleres,
sus pasos en el Metro
sonaban a mi lado cada día, y junto
a las naranjas de Levante, a las redes del Sur, junto
a la tinta de las imprentas, sobre el cemento de las arquitecturas
he visto llamear sus corazones de fuego y energías.

Y como en vuestros corazones, madres,
hay en mi corazón tanto luto y tanta muerte
que parece una selva
mojada por la sangre que mató sus sonrisas,
y entran en él las rabiosas nieblas del desvelo
con la desgarradora soledad de los días.

Pero
más que la maldición a las hienas sedientas, al estertor
bestial
que aúlla desde el África sus patentes inmundas,
más que la cólera, más que el desprecio, más que el llanto,
madres atravesadas por la angustia y la muerte,
mirad el corazón del noble día que nace,
y sabed que vuestros muertos sonríen desde la tierra
levantando los puños sobre el trigo.

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